Carta a la hermosa Maritornes

Te vi por vez primera en ese imponente castillo. Eres tan hermosa que mi cuerpo tiembla solo al pensarte, tu cara redonda como se aprecia la luna cuando está llena o la tierra vista de los cielos. Tu nariz romana es tan perfecta, aquella pequeña protuberancia solo embellece y corona tu belleza con cada respiro que das. Tu ojo tuerto y el otro no muy sano ¡que sabia la naturaleza! supo entender que una gran belleza no podía observar con los dos ojos las calamidades del mundo, pero aún así, te dio lo suficiente para ver las maravillas que te rodean.

Recuerdo la vez que en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, con tácitos y atentados pasos, entraste a mi aposento. Pero a pesar de tu extremada belleza yo me debía a mi señora Dulcinea y propuse en mi corazón no cometer alevosía a mi señora Dulcinea del Toboso, aunque la misma reina Ginebra con su dama Quintañona se me pusiese delante.

Las cuencas de vidrio en tus muñecas, tu aliento que olía a ensalada fiambre y trasnochada y camisa de arpillera. Tenía entre mis brazos a la diosa de la hermosura, recuerdo que con voz amorosa y baja te dije sobre la prometida fe que tengo a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me había puesto.

No sé que será de tu venturosa vida, espero que tanta hermosura no se desperdicie en uno de esos tantos bastardos sin corazón. Espero en un futuro poder encontrarnos nuevamente para contarte aquellas valerosas hazañas en los que con tanto esfuerzo logré salir con vida. Me despido diosa de la hermosura, no se olvide de este noble caballero andante, de su fiel escudero Sancho Panza y de mi imponente caballo Rocinante.

Don Quijote de la Mancha.

Representación de Maritornes y Don Quijote de la Mancha por un desconocido loco pintor.

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